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Mi nombre es Luis Machuca Bezzaza, soy un ejemplar humano de primera, marca y año 1982
(DC), excelso en asesoría humana (es decir, el uso del «sentido común»), malagüerización en retrospectiva, juegos de Nintendo, y dedicado a sacar una vida adelante acorde a las reglas de este juego pero tratando de preservar la máxima diversión y la entreteducación1) de lo que ofrece la vida.
Nací en Linares en 1982
, y viví la mayor parte de mi vida en Santiago, la capital del país. Allí cursé mi enseñanza básica y parte de la enseñanza media (–> Colegio).
Iniciando el siglo XXI estoy viviendo en Temuco, donde terminé mi enseñanza media como parte del Proyecto Montegrande en el Instituto Claret, y continué con mi vida universitaria.
Me gustan la informática, la mitología, las pastas, y la televisión científico-dramática gringa; eso, entre otras cosas. → Aficiones
Hacia estas fechas trabajo para el proveedor de sistemas de gestión y Facturación Electrónica Helpcom, y dedico mis tiempos libres a fingir que soy un gato, durmiendo mucha siesta y comiendo rico.
Como decía, nací en 1982. De chico vivía en el área de Avenida Pablo Neruda, en Temuco, y tenía un gatito al que, según mis padres, daba comida a escondidas, por debajo de la mesa2). Después nos fuimos con familia y todo (menos el gato) a vivir a Santiago, la capital.
En Santiago vivíamos cerca del Cerro San Cristóbal y cerca de la sede de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Aprendí varias cosas, como porqué todo marchaba mal en esa ciudad, me dediqué a estudiar en el colegio y jugar Nintendo en la casa; y luego nos volvimos con familia y todo (aún sin gato) a Temuco, para preparar el nuevo milenio.
Eventualmente nos mudamos y ahora tenemos gatos.
Empecé y terminé mi enseñanza básica en un colegio salesiano, el “Patrocinio de San José”, en un establecimiento que tenía, según me dijeron, los dos árboles más altos de toda la comuna de Providencia 3). En una ciudad como Santiago, eso es decir mucho. Este colegio, ha sido presentado en un par de ocasiones en telenovelas del canal nacional TVN.
Desde chico me gustaron las matemáticas, pero no mucho: no me gustaba sacar cálculos ni con calculadora, pero sí me gustaba y me era fácil la parte teórica de la geometría, las ecuaciones, y todo eso; y aborrecía la historia (en particular la historia de Chile, por lo fome que es desde Diego de Almagro hasta Freire, que es casi de 300 años). A Castellano no le di ni fu ni fa: la ortografía y la gramática eran un paseo pero lo fome eran las lecturas que nos daban; con excepción notable de El Mío Cid, el único libro pre—era industrial que volvería a leer.
En un par de ocasiones gané lo mío, como el segundo lugar del Abierto Metropolitano de Ortografía, donde recuerdo, a estas alturas con humor, que cuando me saludé con el campeón, en el estrado, al darnos las manos se nos rompieron los trofeos. Además participé en tres ocasiones como el “genio convidado” de mi colegio en Extra Jóvenes, un programa de concursos juveniles/escolares, con un record perfecto de operación en 2 de las 3 ocasiones (obviamente, donde fallé fue en Historia).
Cuando empezaron los cursos serios, por ahí por séptimo básico, me interesé en la química (la tabla periódica era chistosa), el inglés (que ya llevaba aprendiendo de tanto jugar Nintendo) y la poca álgebra que nos pasaban en matemáticas. Lo único malo era que los cursos de matemática e inglés eran pésimos, probablemente porque había que mantener el nivel de los más débiles (ese colegio nunca echó a nadie por flojo, ni por plata, que yo sepa). Así que decidí que si quería aprender inglés, sólo había un forma: la tele (y el Nintendo), así que me aproveché cuando mi familia contrató tevecable (y compró juegos de Nintendo).
Cuando mi familia se volvió a Temuco, fui parte del proyecto Montegrande que instauró una sede de estudios cerca de la localidad de Cajón, a más de 8 km de la ciudad. Lo que significaba un gasto de tiempo enorme y un aglomeramiento continuo en el transporte público. De quién habrá sido la idea, no lo sé, pero de seguro que tomó parte, años después de la implementación del plan Transantiago: la misma ineficiencia pero a escala metropolitana.